domingo, 20 de agosto de 2017

El puzzle de mi vida.



Hay momentos en la vida que se prolongan más allá de los días, más allá de los meses e incluso esos momentos duran años. Esos instantes donde el menor movimiento requiere el mayor de los esfuerzos y la composición del más simple de los pensamientos es una tarea ilusoria. Cuando te encuentras en un abismo, apartado del tiovivo de la vida. En un agujero negro en el que deseas quedarte sin retorno y con ánimos de  dejar de oler las flores del campo, el canto de los pájaros, las figuras en forma de nubes arrastradas por la suave brisa del otoño que hace bailar hojas en los bosques.
De esos momentos en donde el sonido del teléfono es una tortura hasta convertirse en una fobia. En dónde el refugio más aislado es el mejor de los paraísos. En donde las palabras son banales y el silencio el mejor de los compañeros. De allí donde habita el peor de los deseos se puede salir y el tiempo te saca para invitarte a comenzar un nuevo viaje en donde muchos ya se han ido y otros están por venir. Fue ese tiempo el que se encargó de las  despedidas y de la aceptación de nunca jamás. Maestro de la vida que compone y recompone las piezas de lo que somos una y otra vez más. Cómo en un puzzle, perdemos y reencontramos piezas; muchas veces encajan perfectamente, otras se han dañado y hay que repararlas pero siempre están. Sólo hace falta eliminar lo superfluo e iluminar el espacio para ver que todo puede volver a encajar.
En diciembre hará dos años que emprendió viaje. La añoro como nunca creí que la añoraría. Las cosas que dejó conmigo siguen en donde ella las dejó. Cómo si ella fuese a volver en cualquier momento no tiré nada. Hoy, ya sé que no llamará a la puerta y me dará un beso. Hoy comienzo a limpiar de pasado mi vida para que quepa plenamente el presente.

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