jueves, 28 de febrero de 2019

Y tú ¿qué lees?


Doscientas ochenta y nueve de seiscientas cuarenta y cinco páginas. Fue al principio de verano cuando lo dejé. Por alguna razón me harté de leer el libro más vendido del 2018. Lo dejé encima del estante, amontonado entre otros abandonados acabados y abandonados inacabados. 
En algún momento pasado leí mucho más que ahora. Ahora hay más cosas por hacer que en otras épocas de mi vida. Quizás los más jóvenes no lo entenderán. Sí, hubo un tiempo en el que leer durante horas seguidas para terminar un libro de seiscientas páginas era lo más común. Y es que no había redes sociales. Tampoco había teléfonos móviles. Y las llamadas del teléfono fijo había que pagarlas. No existía la televisión por cable. Sólo había dos canales de televisión. ¡Qué tiempos aquellos! Lo sencillo que era memorizar la programación televisiva e incluso hasta la de las emisoras de radio. Cualquier excusa vale para justificarnos. 
A quien le gusta leer, lee hasta la letra pequeña que viene al final de la página web. Y es que dicen que ahora no se lee. No se lee ¿el qué? ¿Libros? Tengo la costumbre de meterme allá donde los hay; librerías, librerías virtuales, librerias de amigos, cafés librería, bibliotecas, sección de librería de grandes almacenes, kioscos, papelerías, tiendas de aeropuerto, grupos de Facebook, hasta un mueble con libros en el hall del centro de salud llama mi atención. Ayer, sin ir más lejos, me encontré, a mi misma, frente a los estantes de los más vendidos. Estaba en un supermercado de una gran superficie. No tenía prisa ni tampoco carro con congelados ni otros perecederos. Di un par de vueltas entre repisas y mesas abarrotadas de libros y me pregunté ¿cómo puede ser posible que esta industria se mantenga con la cantidad de nombres desconocidos que ocupan las portadas?. No buscaba nada en concreto. Intentaba que alguno de aquellos volúmenes me atrajera. Que Minerva ordenara a Cupido lanzar una flecha y me atrajera irremediablemente uno de aquellos libros, para que rápidamente sacara mi visa y me fuera corriendo a la caja. Pero no sucedió nada. Seguí observando las modas que hay estos días, dentro de lo más vendido, en aquella gran superficie comercial, en donde la lectura ocupaba un rincón de la entrada. Y me dí cuenta que en la sección de novedades de ficción todos narraban historias dentro de una franja histórica. Casualmente la misma o cercana. Y en otra mesa contigua estaban las novedades de no ficción: biografías de personajes que viven y coletean en las pantallas de televisión. Entre volúmenes de autoayuda o cómo cocinar no sé què cosa después o antes del pintarrajear los mil mandalas sin que te salgas de la raya. No ví clásicos, ni ensayo, ni tampoco poesía. Sin duda, no era aquel, el lugar más adecuado para que se iniciara una seducción literaria. Lo tenía claro cuando me pare frente al “Manual de resistencia”. Lo que no tenía tan claro es quien lee la inmensidad de autores desconocidos que no están tocados por los mágicos dedos del marketing editorial. Y si sumamos las publicaciones que se difunden por la red, esas que ahora se llaman de autoedición. ¿De cuantos autores estaríamos hablando? 
Pensé en mis amigos cuando, la otra noche, decían que leían poco o que sólo leían ensayo alegando que la lectura de las novelas había sido sustituida por el cine o la tele o que les gustaría tener más tiempo para leer. Reflexioné si realmente es culpa de las redes sociales, las series, el cine o la televisión. Si debemos leer las revistas literarias o llenar la agenda con presentaciones de libros para hacer una criba. 
Continuo con la página doscientos noventa después de disfrutar con la lectura de unos cuantos libros de autores menos conocidos que no permitieron que su obra reposara seis meses en un estante. Siempre hay tiempo para la lectura. Lo difícil es encontrar la lectura que cumpla nuestras expectativas.

sábado, 23 de febrero de 2019

Contigo ensin ti. / Amb tu sense tu.


Balera d'idees. Ausente de ti.
Recuerdo aquel día frente a la mar.
Tremecía la to voz.
Los tos deos afalagábenme. Yera branu.
Llegó l'iviernu. Xeláronse los tos besos.
Ensorden les alcordances. Nun s'acabó'l mio  amor.


Buida d'idees. Absent de tu.
Recordo aquell dia enfront de la mar.
Tremolava la teva veu.
Els teus dits m'acariciaven. Era estiu.
Va arribar l'hivern. Es van gelar els teus petons.
Ensordeixen els records. No es va acabar el meu amor.


domingo, 10 de febrero de 2019

¿Y si quedamos para vernos?

El tiempo pasa y aún no se ha inventado la forma de repetir lo vivido. Acumulo contactos en la agenda del móvil olvidados en la memoria virtual y el deseo efímero de quedar a tomar un café, conversar o comer. El tiempo pasa y pierdo la memoria de quién era, dónde lo conocí o por que tengo su número de teléfono. Zygmunt Bauman lo llamó la modernidad líquida. No importa el nombre que los pensadores dan a lo que antes era duradero, religión, empleo y relaciones, todo pasa a ser efímero. Importa no pararme a pensar en cuántos cafés he dejado de tomar por no quedar para hablar de nuestras cosas.
Puedo recordar el nick de las cuentas de mis ciberamigos. El móvil me recuerda las fechas de los cumpleaños. Me excuso en que regalar es un invento del marketing de los grandes almacenes. Olvidé ser generosa con los demás. Pospuse encuentros para evitar dar respuestas. Deje de contestar llamadas y no volví a escribir cartas. Todo parece justificado si permanezco en las redes sociales o envías un mensaje al móvil con cualquier tipo de meme, y si no hay un like entonces pienso que ya no me siguen o ya no soy de interés. Vivo teledirigida por un puñado de algoritmos informáticos. Entorno a un pensamiento que no es el mío. Repienso mi pasado y me doy cuenta de que soy quien no quiero ser. Me mimeticé con un entorno que corrompió las costumbres que me inculcaron. Presumo de tener un carácter fuerte mientras asumo hábitos ajenos que sólo me llevan a una realidad insatisfecha que me aísla dentro de mi caparazón para llegar a la incomunicación. ¿Dejé de preocuparme cómo se sentían los demás porque los demás no se preocupaban como me sentía yo?  ¿Dejé de telefonear porque mi teléfono dejó de sonar? ¿Se acabaron las comidas con amigos en casa porque no eran devueltas? ¿Olvidé obsequiar con regalos en cumpleaños, santos, Navidad porque se olvidaron de regalarme a mi? ¿Dejé de quejarme porque no quería que los demás me contaran sus quejas? ¿Vivimos rápido y no tenemos tiempo para ese "sobreesfuerzo social"?. Lo más sencillo fue culpar a los demás para justificarme. ¡Y me quedé tan ancha como si la verdad fuera así! ¿En dónde se quedó la generosidad? 
Mi mente hizo clic y le dijo a mi cuerpo que era el momento de parar, desconectar, descansar, reflexionar y corregir todo eso que forma parte de mi forma de vivir.  Criticar a los demás resulta sencillo porque a fin de cuentas no es más que una crítica y la mayoría de las veces ni tan siquiera valoramos la repercusión que puede tener en el ánimo de esa persona. Pero mirarme en el espejo y detenerme a un análisis exhaustivo de mi misma es duro. He pasado sin mirar atrás, empujada por el viento y las tempestades y olvidando cómo cuidarme de ellas. Y llego a la conclusión de que postergando esos momentos sólo logré silencios y ausencias, amores diluidos, heridas sin cicatriz, resquemores de culpas, tiempos vacíos...  Ya no quiero ser. Quiero estar. ¡Vamos a quedar ya!

Sheila Lumen

Eran las ocho menos diez minutos cuando pedimos dos Riberas del Duero a la camarera que atendía la barra del bar. Una muchacha se acercó a...