viernes, 19 de abril de 2019

El marido de su amiga

Cómo si se tratara de una avalancha de rocas, los trozos de carne caían en su estómago. Al cuarto bocado dejó el cuchillo y el tenedor a un lado del plato. Los pedazos de buey asado subían y bajaban por las paredes del estómago intentando volver al esofago provocaban aquellas nauseas con sabor a vino tinto rancio. Bebió el agua directamente de la botella intentando persuadir el vómito. Tiró la servilleta de tela sobre la mesa. Levantándose, rápidamente se fue al baño. Aquella sensación era muy desagradable. Las arcadas se sucedían una tras otra expulsando por la boca todo lo ingerido durante el día. Preocupado, el marido la siguió esperando al otro lado de la puerta.

Al fin pudo pasar del baño al salón. Se recostó en el sillón de cuero negro gastado por el roce de los años. Él le acercó una taza con una infusión de manzanilla a la vez que la acarició y le dió un beso. Se apartó sentándose en el sofá sin dejar de observarla. 

Sin levantar la mirada del interior de la taza, sintió el calor de la chimenea. Entre temblores, cerró los ojos y concentrada en su respiración intentó relajarse. Era inútil. Aquella sensación y la imagen del rostro de aquel hombre que clavaba los ojos en su boca, la inquietaba aún más que el malestar que le provocan los restos de la comida bailando en su estómago.

Aún podía sentir aquella mano, de dedos largos y delgados abriéndose camino entre el abrigo y el jersey, alcanzando la piel de su cintura. Y antes, el dorso de aquella misma mano, acariciando su mejilla, muy cerca de sus labios. Sintió otra vez el pánico que la inundó horas antes y que la obligó a salir huyendo del pub. Recordó cómo había separado su cuerpo de aquella mano con un movimiento brusco, a la vez que le gritó a su marido que se largaba de allí. Perplejo sin saber que pasaba cogió su chaqueta y salió tras ella. El mando a distancia abrió el coche y llorando de impotencia golpeo su frente contra el volante. Entre sollozos, explicó a su marido lo que la pareja de la amiga de ambos se había atrevido a hacer. Los hechos se repetían una y otra vez en su mente sin lograr saber por qué pasó aquello. Decidió que no se lo contaría a su amiga.

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