jueves, 9 de mayo de 2019

De Sant Elm a S'Arracó



Parece que fue ayer cuando extendí un mapa de carreteras en la mesa del comedor, para calcular la distancia entre la playa de Palma y Sant Elm. Hacía pocos meses que tenía el carnet de conducir. Y sólo hacía un año que vivía en la isla. Llevaba bastantes kilómetros andados por las carreteras de Mallorca, pero casi siempre la misma ruta. Me asusté un poco al ver el mapa. Sí o sí, tenían que recorrer los más de cuarenta y cinco kilómetros de distancia y cruzar lo parecía dos puertos de montaña con un montón de curvas pronunciadas. Había quedado con unos amigos que tenían su barco fondeado en la costa de Sant Elm y aquel domingo nadie me podía acompañar.
Salí temprano. Tenía claro que novata y con tráfico, no era una buena combinación si no quería escuchar insultos y bocinazos. En la isla se conduce lento, pero mi falta de experiencia por aquel entonces y en situaciones difíciles me llevaba a límites exagerados. Recuerdo que hasta llegar a Andratx todo fue bien y a buena velocidad. Las calles estrechas del pueblo comenzaron  a dificultar la excursión. A aquellas horas no había muchos coches circulando. Atravesar el pueblo fue rápido. Después comencé a ascender por una carretera estrecha y con bastantes curvas. Ahora sé, aunque no haya ningún cartel que lo indique que aquel pequeño puerto de montaña se le llama el "Coll de S'Arracó". La cosa se complicaba pero no tanto como me había imaginado. Apenas me fijaba en el paisaje. Llegué a un pueblo muy pintoresco en el que no vi a nadie por la calle. Aquel conjunto de casas a ambos lados de la carretera era S’Arracó. No me quedé con el nombre en la memoria. Fue años después cuando recordé que había pasado por allí. Aún quedaba un  rato para llegar a ver el mar y más curvas.  Por fin llegué a Sant Elm. Miré el reloj y no había tardado tanto como me había figurado. Recuerdo  que  todos los bares y tiendas estaban cerrados. Era demasiado temprano para llamar a mis amigos.  Decidí dar un paseo y recorrer el pueblo. Atravesé las callejuelas que desembocaban en una calle ancha al borde del mar. A la izquierda los bares y restaurantes se sucedían uno tras otro. Todos estaban cerrados. Seguí caminando hasta la playa de arena blanca. No era demasiado grande. Las hamacas y las sombrillas estaban alineadas perpendicularmente a la orilla. No ocupaban demasiado espacio pero sí el suficiente para dar servicio al hotel que había al lado. El mar estaba tranquilo y se podía ver el fondo de algas, rocas y arena. Veleros, lläuds y yates fondeados, se balanceaban por el ir y venir de las olas. Todo en absoluto silencio. Seguí caminando cuesta arriba y después cuesta abajo. Cada pocos metros me paraba a mirar el paisaje. Sant Elm me parecía un pueblo de postal. Tenía algo que le daba un encanto especial. Mis pasos me llevaron al final de la calle. En algún lugar vi que la cala de roca se llamaba cala Els Conills. Fue años después cuando descubrí uno de los mejores restaurantes de la isla. Para llegar a él tenías que seguir un camino estrecho que salía a la derecha de la cala de roca y que solamente llevaba al restaurante que tomaba el nombre de la cala.

Comencé a toparme con gente. Algunos ya llevaban la barra de pan debajo del brazo y caminaban ojeando la prensa. Volví sobre mis pasos hasta una cafetería abierta, frente a la playa. Los tenderos sacaban los expositores con ropa playera, alpargatas y colchones inflables.  Me senté y pedí un café. Sant Elm recobraba el ritmo y los turistas iban ocupando las hamacas en la arena, mientras que arrancaban los negocios.  Con el bullicio de la gente  supuse que ya era una hora razonable para llamar a mis amigos. Pasó un  buen rato hasta que me recogieran con la zodiac para regresar al “Peregrino”, un velero de ocho metros y con dos camarotes, además de la sala central en donde cenamos.  Aquella primera vez que estaba a bordo de un velero no salimos a navegar.  Tomamos el sol y nos bañamos al lado del “Pantaleu”, un islote en medio de la bahía.  Disfruté tan intensamente de aquel día que veinte años después soy capaz de recordar los detalles.
Años después, la vida me regaló la oportunidad de vivir en este rincón de la isla al lado de un “raconer”, así dicen a los que son nacidos en S'Arracó, disfrutar de las playas y los montes; recorrer sus caminos; conocer a sus gentes; vivir sus fiestas, aprender sus costumbres.
La carretera se ha hecho más ancha y las curvas ya no son tan curvas. Descubrí que en Sant Elm hay más de una playa. Que en su playa Grande cada verano se pelean moros y cristianos. Que la puesta de sol tras la Dragonera es un espectáculo en dónde la armónica de José Carlos te hace soñar. Que montaña arriba hubo un monasterio trapense desde dónde los monjes contemplaban la Dragonera y cultivaban las vides. Que la torre de Cala en Basset, es una torre de señales con fuego, construida en 1583 para avisar de la llegada de barcos enemigos a otros puntos de la costa.  Que desde S’Arracó llevan en procesión a la Virgen de la Trapa acompañada de vecinos que tocan la xirimia, el flabiol y el tamborino.
También fue en S’Arracó donde aprendí que en Navidad se comen sopes de Nadal y crespells en Pascua. Que con los albercocs  se hace un tipo de ensaimada y que la coca de trampó  no puede faltar en un picoteo con amigos.
No llegamos a doce mil los habitantes de todo el municipio de Andratx que aumenta con los veraneantes que tienen sus casa aquí; esparcidos entre los distintos núcleos: Andratx, Port d’ Andratx, sa Comas'ArracóSant Telm Camp de Mar. Cada rincón de cada pueblo tiene su nombre y cada lugareño su mote.  Las lenguas se mezclan, como se mezcla la gente.
En S’Arracó influyó la costumbres que los migrantes a Francia, trajeron en sus vacaciones. Hasta el punto que su calle principal es Carrer de França (calle de Francia). Y a la abuela se le llama “mamie” (pronunciado meme) 
S’Arracó tiene rincones secretos para el turista como Sa Font del Bosc o Els Tres Picons y que ahora comienzan a aparecer en las rutas de senderismo que recorren los “caminantes” en primavera.
El arte está muy presente en sus habitantes. Fue aquí en donde se organizó la primera “Nit de l’art” (noche del arte) de todo Mallorca. Pintores, escultores, fotógrafos y músicos, llenan cada julio, las calles con sus trabajos en un ambiente de fiesta en dónde no resulta extraño ver puestos de venta de comida para sacar fondos para cualquiera de las organizaciones culturales que tiene el pueblo. Se escuchan los grupos de música tocando tanto música folclórica como moderna e incluso en algún callejón hay sitio para el jazz. Y los tres bares del pueblo rebosan de gentío que quiere ver los cuadros expuestos o tomarse una cerveza. También se convierte en galería de arte el Bohemio (restaurante argentino) y  la pescadería-ostrería, sin dejar de ofrecerte sus especialidades previa reserva. Ese día, media Mallorca está en las calles de S’Arracó. Importante llegar temprano para poder aparcar junto al campo de petanca. Ese día queda prohibido circular por el pueblo.
Y el resto del año la vida transcurre en un apacible ir y venir sin prisas. Sentados a la puerta de casa con alguna labor de punto mallorquín, en el huerto quitando las malas hierbas, cuidando los naranjos, las oliveras o recogiendo algarrobas. Las discusiones por el fútbol y las risas en el bar con los amigos.  Atrás queda ver a las "madonas" del pueblo haciendo cuerda. Y los sábados paseo por el marcado que se ha quedado pequeño; Regine vendiendo sus cuadros hechos con retales de tela; el frutero y el que asa los pollos. Me entristezco al ver que ya no quedan payeses vendiendo sus productos. Pero la gente se pasea y compra.

Y en septiembre vuelve a llenarse la plaza de gente. Llegan los que viven fuera para disfrutar de las fiestas. La música suena, el baile comienza y corros de niños juegan.
Por Sant Antoni nos vemos en la plaza para torrar. S’ Arracó llena la noche de olor a panceta, butifarrón y sobrasada asada con leña. En la plaza se junta todo el pueblo alrededor de bidones que hacen las veces de barbacoas. A quien se le olvida pasar por la carnicería, la organización pone a la venta la bandeja con la carne típica para que no te quedes con hambre.  Esta vez suena la ximbomba y la voz de los glosadors a la luz del fuego.


Sant Antoni i el Dimoni

jugaven a trenta-u,
el Dimoni va fer trenta
i Sant Antoni trenta-u.

Sa ximbomba ja no sona
ni sona ni sonarà,
perquè té sa pell de ca
i sa canya que no és bona.

Sant Antoni va per mar
tocant una campaneta,
i amb sa seva guitarreta
tots es peixos fa ballar.

Sant Antoni feia sopes,
a vorera de la mar
el dimoni hi va anar
i se les va menjar totes.

El dimoni Cucarell
va neixer en temps de magranes
sa mare en tenia ganes
de pegar-li pes clotell.

Sant Antoni gloriós,
de viana anomenat,
siau nostro advocat
de tot perill guardau-mos.



Set anys, nou mesos i dies
esclau del rei vaig estar
per aprendre de sonar
el grall de les xeremies.




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