Parece que fue ayer cuando extendí un mapa de carreteras en la mesa del comedor, para calcular la distancia entre la playa de Palma y Sant Elm. Hacía pocos meses que tenía el carnet de conducir. Y sólo hacía un año que vivía en la isla. Llevaba bastantes kilómetros andados por las carreteras de Mallorca, pero casi siempre la misma ruta. Me asusté un poco al ver el mapa. Sí o sí, tenían que recorrer los más de cuarenta y cinco kilómetros de distancia y cruzar lo parecía dos puertos de montaña con un montón de curvas pronunciadas. Había quedado con unos amigos que tenían su barco fondeado en la costa de Sant Elm y aquel domingo nadie me podía acompañar.

Comencé a toparme con gente. Algunos ya llevaban la barra de pan debajo del brazo y caminaban ojeando la prensa. Volví sobre mis pasos hasta una cafetería abierta, frente a la playa. Los tenderos sacaban los expositores con ropa playera, alpargatas y colchones inflables. Me senté y pedí un café. Sant Elm recobraba el ritmo y los turistas iban ocupando las hamacas en la arena, mientras que arrancaban los negocios. Con el bullicio de la gente supuse que ya era una hora razonable para llamar a mis amigos. Pasó un buen rato hasta que me recogieran con la zodiac para regresar al “Peregrino”, un velero de ocho metros y con dos camarotes, además de la sala central en donde cenamos. Aquella primera vez que estaba a bordo de un velero no salimos a navegar. Tomamos el sol y nos bañamos al lado del “Pantaleu”, un islote en medio de la bahía. Disfruté tan intensamente de aquel día que veinte años después soy capaz de recordar los detalles.

La carretera se
ha hecho más ancha y las curvas ya no son tan curvas. Descubrí que en Sant Elm
hay más de una playa. Que en su playa Grande cada verano se pelean moros y
cristianos. Que la puesta de sol tras la Dragonera es un espectáculo en dónde
la armónica de José Carlos te hace soñar. Que montaña arriba hubo un monasterio
trapense desde dónde los monjes contemplaban la Dragonera y cultivaban las
vides. Que la torre de Cala en Basset,
es una torre de señales con fuego, construida en 1583 para avisar de la llegada de barcos
enemigos a otros puntos de la costa. Que desde S’Arracó llevan en procesión a la
Virgen de la Trapa acompañada de vecinos que tocan la xirimia, el flabiol y el tamborino.
También fue en S’Arracó
donde aprendí que en Navidad se comen sopes de Nadal y crespells en Pascua. Que
con los albercocs se hace un tipo de
ensaimada y que la coca de trampó no
puede faltar en un picoteo con amigos.
No llegamos a
doce mil los habitantes de todo el municipio de Andratx que aumenta con los
veraneantes que tienen sus casa aquí; esparcidos entre los distintos núcleos: Andratx, Port
d’ Andratx, sa Coma, s'Arracó , Sant Telm y Camp de Mar. Cada rincón
de cada pueblo tiene su nombre y cada lugareño su mote. Las lenguas se mezclan, como se mezcla la
gente.
En S’Arracó
influyó la costumbres que los migrantes a Francia, trajeron en sus vacaciones.
Hasta el punto que su calle principal es Carrer de França (calle de Francia). Y
a la abuela se le llama “mamie” (pronunciado meme)
S’Arracó tiene
rincones secretos para el turista como Sa Font del Bosc o Els Tres Picons y que
ahora comienzan a aparecer en las rutas de senderismo que recorren los “caminantes”
en primavera.

Y el resto del
año la vida transcurre en un apacible ir y venir sin prisas. Sentados a la
puerta de casa con alguna labor de punto mallorquín, en el huerto quitando las
malas hierbas, cuidando los naranjos, las oliveras o recogiendo algarrobas. Las
discusiones por el fútbol y las risas en el bar con los amigos. Atrás queda ver a las "madonas" del pueblo haciendo cuerda. Y los sábados
paseo por el marcado que se ha quedado pequeño; Regine vendiendo sus cuadros hechos con retales de
tela; el frutero y el que asa los pollos. Me entristezco al ver que ya no quedan payeses vendiendo sus productos. Pero la gente se pasea y compra.
Y en septiembre vuelve a llenarse la plaza de gente. Llegan los que viven fuera para disfrutar de las fiestas. La música suena, el baile comienza y corros de niños juegan.
Por Sant Antoni
nos vemos en la plaza para torrar. S’ Arracó llena la noche de olor a panceta, butifarrón y
sobrasada asada con leña. En la plaza se junta todo el pueblo alrededor de
bidones que hacen las veces de barbacoas. A quien se le olvida pasar por la
carnicería, la organización pone a la venta la bandeja con la carne típica para
que no te quedes con hambre. Esta vez
suena la ximbomba y la voz de los glosadors a la luz del fuego.
Sant Antoni i
el Dimoni
jugaven a trenta-u,
el Dimoni va fer trenta
i Sant Antoni trenta-u.
Sa ximbomba ja no sona
ni sona ni sonarà,
perquè té sa pell de ca
i sa canya que no és bona.
Sant Antoni va per mar
tocant una campaneta,
i amb sa seva guitarreta
tots es peixos fa ballar.
Sant Antoni feia sopes,
a vorera de la mar
el dimoni hi va anar
i se les va menjar totes.
El dimoni Cucarell
va neixer en temps de magranes
sa mare en tenia ganes
de pegar-li pes clotell.
Sant Antoni gloriós,
de viana anomenat,
siau nostro advocat
de tot perill guardau-mos.
Set anys, nou mesos i dies
esclau del rei vaig estar
per aprendre de sonar
el grall de les xeremies.
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