domingo, 10 de febrero de 2019

¿Y si quedamos para vernos?

El tiempo pasa y aún no se ha inventado la forma de repetir lo vivido. Acumulo contactos en la agenda del móvil olvidados en la memoria virtual y el deseo efímero de quedar a tomar un café, conversar o comer. El tiempo pasa y pierdo la memoria de quién era, dónde lo conocí o por que tengo su número de teléfono. Zygmunt Bauman lo llamó la modernidad líquida. No importa el nombre que los pensadores dan a lo que antes era duradero, religión, empleo y relaciones, todo pasa a ser efímero. Importa no pararme a pensar en cuántos cafés he dejado de tomar por no quedar para hablar de nuestras cosas.
Puedo recordar el nick de las cuentas de mis ciberamigos. El móvil me recuerda las fechas de los cumpleaños. Me excuso en que regalar es un invento del marketing de los grandes almacenes. Olvidé ser generosa con los demás. Pospuse encuentros para evitar dar respuestas. Deje de contestar llamadas y no volví a escribir cartas. Todo parece justificado si permanezco en las redes sociales o envías un mensaje al móvil con cualquier tipo de meme, y si no hay un like entonces pienso que ya no me siguen o ya no soy de interés. Vivo teledirigida por un puñado de algoritmos informáticos. Entorno a un pensamiento que no es el mío. Repienso mi pasado y me doy cuenta de que soy quien no quiero ser. Me mimeticé con un entorno que corrompió las costumbres que me inculcaron. Presumo de tener un carácter fuerte mientras asumo hábitos ajenos que sólo me llevan a una realidad insatisfecha que me aísla dentro de mi caparazón para llegar a la incomunicación. ¿Dejé de preocuparme cómo se sentían los demás porque los demás no se preocupaban como me sentía yo?  ¿Dejé de telefonear porque mi teléfono dejó de sonar? ¿Se acabaron las comidas con amigos en casa porque no eran devueltas? ¿Olvidé obsequiar con regalos en cumpleaños, santos, Navidad porque se olvidaron de regalarme a mi? ¿Dejé de quejarme porque no quería que los demás me contaran sus quejas? ¿Vivimos rápido y no tenemos tiempo para ese "sobreesfuerzo social"?. Lo más sencillo fue culpar a los demás para justificarme. ¡Y me quedé tan ancha como si la verdad fuera así! ¿En dónde se quedó la generosidad? 
Mi mente hizo clic y le dijo a mi cuerpo que era el momento de parar, desconectar, descansar, reflexionar y corregir todo eso que forma parte de mi forma de vivir.  Criticar a los demás resulta sencillo porque a fin de cuentas no es más que una crítica y la mayoría de las veces ni tan siquiera valoramos la repercusión que puede tener en el ánimo de esa persona. Pero mirarme en el espejo y detenerme a un análisis exhaustivo de mi misma es duro. He pasado sin mirar atrás, empujada por el viento y las tempestades y olvidando cómo cuidarme de ellas. Y llego a la conclusión de que postergando esos momentos sólo logré silencios y ausencias, amores diluidos, heridas sin cicatriz, resquemores de culpas, tiempos vacíos...  Ya no quiero ser. Quiero estar. ¡Vamos a quedar ya!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sheila Lumen

Eran las ocho menos diez minutos cuando pedimos dos Riberas del Duero a la camarera que atendía la barra del bar. Una muchacha se acercó a...